4 de marzo de 2019

Aida en el Teatro Cervantes 2018/19

Aida - Teatro Cervantes 2018/19

Llegamos al ecuador de la 30 temporada lírica en Málaga y aunque alguno leyendo estas líneas pueda pensarse que, a estas alturas, ya estamos henchidos de ópera, nada más lejos de la realidad, y es que, con el que nos ocupa, son dos títulos los acontecidos y tan solo uno el que está por llegar. Panorama además complaciente si tenemos en cuenta que, hasta esta temporada y durante demasiadas, el panorama lírico malagueño se circunscribía a tan solo dos citas.

Como ya comenté en una entrada anterior sobre la trigésima temporada lírica, ésta se presentaba en Málaga como las más atractiva de los últimos años y es que, a pesar de la sobredosis de Verdi y los archiconocidos títulos, a saber, La traviata, Aida y Otello, los repartos eran muy seductores. Si bien La traviata, protagonizada por Ainhoa Arteta, fue una digna inauguración del prometedor curso, esta Aida, a la que asistí anoche y que analizaré a continuación, no mantuvo el nivel exigible al teatro malagueño sobre el que sobrevolaron los cicateros fantasmas del pasado.

Es de justicia reconocer que los recursos disponibles son finitos y que en la pericia del gestor está el administrarlos con criterio. Por tanto, estableciendo la lógica relación de más coste, más talento, procede recordar que esta ópera, económicamente hablando, para público y gerencia estaba programada como la de perfil más bajo de la temporada y se notó. Paso a desgranar lo acontecido.

En mi retina tenía grabado el buen recuerdo de la Aida del Teatro Villamarta de Jerez, cuatro temporadas atrás, en una producción del Teatro Principal de Palma de Mallorca también con las dos protagonistas femeninas en el reparto vocal. Modesta pero muy decorosa como punto de partida para una representación más ambiciosa en un teatro con aspiraciones. Craso error. La propuesta escénica del Teatro Cervantes y Telón Producciones no solo es que no fuera más ambiciosa que la referida, es que rozó el ridículo mayúsculo. Muy poco o nada se pudo salvar de la producción que, lamentablemente y tratándose la ópera de un espectáculo tan global, acabó por contaminar el resto de aspectos de la función. La propuesta, pobre y ridícula obstaculizó la conexión del público con los cantantes que, dicho sea de paso y comprensiblemente, tampoco dieron muestras de creer en ella.

La escenografía solo dio profundidad en el primer acto y al final del segundo con una escalinata y una distribución estática del coro y los solistas. Solo el cuerpo de baile aportó dinamismo que, sin entrar a valorar las coreografías, supusieron un soplo de aire fresco. El resto de escenografía no existió. Algunas proyecciones de jeroglíficos y el empleo de solo la primera mitad del escenario con telón negro de fondo y un foco sobre cada solista fueron la nota predominante. De esta guisa construyeron la escena de Amneris y su harén, el coro femenino para el que idearon un esperpéntico baile seductor. La escena del juicio a Radamés simplemente no se escenificó y se intuyó tras el telón de marras. Por último, para la dramática escena final en la pirámide, que sepultará para siempre a Radamés y Aida, se ideó una especie de tipi indio como colofón al despropósito. Por mencionar algún apunte positivo a tal dislate, el detalle de proveer a Aida, en la escena a orillas del Nilo en la que recuerda su tierra natal, de una cala o zantedeschia aethiopica, de origen sudafricano y que no debe entenderse como un hecho casual. Por otro lado, el que Amneris cantara sus últimas notas desde el patio de butacas fue una idea original y de agradable impacto.

Con respecto al vestuario, esta propuesta exhibida debe considerarse como terapéutica por la cantidad de carcajadas que provocó. Otro de los motivos por los que, como mencioné anteriormente, al espectador le impedían conectar dramáticamente con la función. Y es que ni el vestuario ni el maquillaje son baladíes en la ópera. Encomiable labor del equipo habitual de maquillaje y peluquería con esos mimbres. Sin intención de ser irrespetuoso, pude captar algunos comentarios del público tanto en el descanso como a la salida del teatro en los que comparaban la peluca de Aida con la de Mafalda, el vestuario del faraón propio de función de colegio, el grotesco trío de trompetistas de la marcha triunfal o la apariencia de Amonasro como mezcla de un homless y Piratas del Caribe. Coincido con ellos.

En cuanto al reparto, el dúo de féminas acaparaba toda la atención. Ambas se crecieron al final salvando, con matices, la velada. La soprano jerezana Maribel Ortega, como Aida, cantó con sutileza y precisión, aunque cortó alguna frase antes de tiempo para acomodar la voz en la siguiente. También la mezzosoprano Mali Corbacho, en el rol de Amneris destacó vocalmente haciendo gala de su conocida potencia y proyección, cuando, como su compañera de reparto, tras el descanso y con la partitura de su lado decidieron soltarse la melena. Aun así es desconcertante el cambio de color de su voz en la zona baja. El camaleónico barítono madrileño Luis Cansino, pese al atuendo con el que fue castigado, fue el que más interés puso en la interpretación de su papel como Amonasro y sin grandes alardes cumplió en el terreno vocal. De entre los protagonistas el tenor asturiano Alejandro Roy como Radamés fue el que me dejó más dudas sobre todo en su zona media que se vuelve pobre en las notas más bajas, con un timbre no muy agradable, aunque hay que poner en valor su potencia y brillantez en las notas agudas, mantenidas y bien proyectadas. Por último, destacar del resto del reparto al bajo Felipe Bou como Ramfis, que ya cantó un magnífico Timur en Turandot la pasada temporada.

El Coro de Ópera de Málaga estuvo sensacional, otra vez erigiéndose como gran valor artístico de la ciudad. El coro femenino en el primer acto, pese a las ridículas exigencias interpretativas y atuendo infame, dio muestras de que ninguna propuesta estrafalaria hace mella en su profesionalidad. El masculino dejó uno de los momentos más introspectivos en la escena del templo. Mencionar el trabajo de su director Salvador Vázquez es una obligación.

La dirección de la Orquesta Filarmónica de Málaga, a cargo de Arturo Díez Boscovich, malagueño y ya consolidado como batuta en uno de los títulos de la temporada, fue ortodoxa. Trabajó desde el atril para que la función, con todos los visos de naufragar en escena, saliese a flote musicalmente y lo consiguió. Tras una obertura poco convincente ofreció momentos de gran brillantez orquestal.

En definitiva, esta Aida, aun enmarcada en una temporada prometedora, se presentaba como la cenicienta de la misma y lo fue. Cuando los recursos destinados no dan para más, programando una obra que en una propuesta clásica requiere de grandiosidad, se corre el riesgo de caer en el ridículo. Vocalmente, aunque sin alardes, se salvaron los muebles, pero en esta Aida no fue oro todo lo que relució.

AIDA de Giuseppe Verdi

Aida
Maribel Ortega
Radamés
Alejandro Roy
Amneris
Mali Corbacho
Amonasro
Luis Cansino
Ramfis
Felipe Bou
Rey de Egipto
Christian Díaz

Director
Arturo Díez Boscovich
Director de escena
Ignacio García y Aurora Cano
Escenografía
Telón Producciones
Diseño de vestuario
Ana Ramos

Teatro Cervantes, Málaga, 3 de marzo de 2019

Foto de Daniel Pérez

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