Don Giovanni - Liceu 2016/17 |
El pasado sábado, día 1 de
julio, tuvo lugar mi bautismo de fuego, nunca mejor dicho tratándose de esta
obra de Mozart, en uno de los principales templos mundiales de la ópera: el
Gran Teatre del Liceu de Barcelona.
Que mi primera vez en el
Liceu no haya llegado hasta ahora obedece a la distancia que lo separa de
Málaga, mi ciudad. Ésta y otras circunstancias, han favorecido que hayan sido
más frecuentes las visitas al Teatro Real de Madrid, a las que sumaré una más mañana
con la Madama Butterfly de Ermonela
Jaho que, como ya lo hiciera meses atrás con el público del Covent Garden, está haciendo las delicias de los aficionados madrileños.
El otro día, como
consecuencia del debut de Jonas Kaufmann como Otello, escribía sobre la
importancia de las “cosas” que ocurren por primera vez. Algo así sentí el
pasado sábado cuando cruce el umbral de la puerta de entrada al Liceu. El mismo
cosquilleo que tiempo atrás percibí cuando viajé a Madrid para ver Parsifal en el Teatro Real, o cuando
experimenté las retransmisiones de ópera en el cine con un Così fan tutte desde el MET, magistralmente dirigido por James Levine, o, por supuesto, con mi primera ópera
de siempre, Lucia di Lammermoor, en
el Teatro Cervantes de Málaga. Hechos que, si bien se han repetido con
posterioridad, incluso con más éxito en alguna ocasión, no emborronan el
recuerdo de aquella primera vez.
Centrándome en el tema,
motivo de esta entrada, voy a comentar mis impresiones sobre la función,
penúltima de las diez programadas y última del reparto al que haré referencia,
de este Don Giovanni.
Este dramma giocoso en dos actos de Wolfgang Amadeus Mozart con libreto
en italiano de Lorenzo da Ponte es, para muchos, la gran obra maestra del
compositor salzburgués, con permiso de las otras dos colaboraciones de éste
tándem, Le nozze di Figaro y Così fan tutte o La flauta mágica o El rapto en el serrallo, por citar las cinco
principales. Lo que hace tan atractiva a esta ópera tragicómica es que en ella
puedes encontrar de todo, desde escenas de enredo al más puro estilo de vodevil
hasta momentos terríblemente dramáticos, todo ello cimentado sobre una amalgama
de personajes que reclaman su cuota de protagonismo a lo largo de la obra.
El director de escena, Kasper Holten, ofrece esta producción
high-tech con la última tecnología de proyecciones y efectos sobre un escenario
rotatorio que con sus escaleras y plataformas confiere al conjunto un dinamismo
indiscutible. Se trata de una coproducción del Liceu junto con la Royal Opera
House, la ópera de Israel y la de Houston que ya se ha comercializado en DVD y
Blu-ray y puede adquirirse aquí.
La tecnología punta al
servicio del espectáculo hace que la producción sea de gran impacto tanto para
el aficionado como para el que se acerca a la ópera por primera vez.
Personalmente considero que hubo un abuso de las proyecciones sin aparente
relación con la trama, que parecía obedecer más a una amortización del
despliegue técnico que a una justificación narrativa. La dirección de escena
sobre los cantantes se vio muy trabajada y junto con los figurantes y el
continuo movimiento del escenario consiguieron que no decayera la atención en
ningún momento. Si acaso poner un par de peros. Por un lado, la escena del
cementerio no tuvo una correspondencia escenográfica por lo que podía
desorientar al espectador que no conociera la obra. Por otro lado, aunque al
principio hice referencia al fuego, luego no fue tal, ya que en palabras del
director “para alguien como Don Giovanni, un lugar con fuego no creo que pueda
asustarle, tal vez un lugar de eterna soledad, sin nadie con quien comunicarse;
esta podría ser la idea de infierno para él”. En mi opinión, desconcertante
final que no hace justicia a la tensión dramática del momento.
La escenografía a cargo de Es Devlin, como ya he comentado muy
dinámica y no exenta de riesgo para los cantantes, por el ir y venir escaleras
arriba y abajo, pero impresionante para el público. La laberíntica mansión
ofrecía muchas posibilidades y estuvo excelentemente iluminada en todo momento.
Anja Vang Kragh encargada del
vestuario, fue una de las triunfadoras con unos diseños clásicos de estampados
modernos que fueron el complemento perfecto pues hablaban el mismo lenguaje que
esta vanguardista producción.
En cuanto al reparto, no sé
si era el principal o el secundario, muy compensado, si se me permite, más
incluso que el otro propuesto. La decisión en la composición de los mismos
daría para otra entrada del blog que ya abordaré en otro momento. En el papel
principal mi paisano, el barítono malagueño, Carlos Álvarez, al que le he visto esta temporada cantar un
sensacional Rigoletto como os conté
aquí y que, a pesar de que éste es uno de sus grandes personajes que
domina a la perfección, noté un poco fatigado y falto de potencia vocal. Gran
interpretación pero quizás acusó el desgaste del final de temporada. Estupendo Simón Orfila en un rol tan importante
como el de Leporello. El barítono menorquí se encuentra en el momento álgido de
su carrera. Los papeles femeninos estuvieron muy bien defendidos empezando por
el lujo de contar con la Zerlina de Julia
Lezhneva, talento ruso de tan solo 28 años; la soprano griega Myrtò Papatanasiu como Donna Elvira en
el rol más complicado de la obra que cantó con solvencia; y Vanessa Goikoetxea, la soprano vasca
nacida en Florida, como Donna Anna, que brilló con menos intensidad por
comparación con sus compañeras de reparto. Otro lujo fue contar con el Don
Octavio de Toby Spence, tenor
británico con caché suficiente como para ser protagonista meses atrás como el
capitán Vere en el Billy Budd de esta temporada del Teatro Real. Para
terminar, mención especial al ilustre Eric
Halfvarson, en el ocaso de su carrera, después de ser referencia en el
repertorio wagneriano y que ahora cosecha ovaciones allá donde va,
interpretando papeles menores, en este caso, como el Comendador. Toni Marsol, un barítono de la casa,
simplemente correcto como Masetto.
El coro del Gran Teatre del
Liceu demostró gran nivel en los momentos en los que la partitura le dio la
oportunidad. Aunque menos vistoso que en otras óperas no hay duda de que están
preparados para lo que se espera de este teatro.
La dirección de la Orquesta
Sinfónica del Liceu a cargo de su titular Josep
Pons fue una delicia. Estuvo a la altura de lo que supone interpretar a
Mozart, a saber, melodías claras, limpias texturas orquestales y estructuras de
equilibrio y proporción. Maestría en esta difuminación de la frontera entre lo
serio y lo bufo. Es uno de nuestros grandes activos a nivel nacional. El lunar,
aún no está muy claro a quién es imputable, el acortar el sexteto final, que
los cantantes interpretaron desde el foso, sin una explicación razonable.
En definitiva, no puedo
estar más satisfecho con mi primera visita al Liceu. Aunque la predisposición y
los ingredientes apuntaban a glorioso tenía que materializarse. Cerca estuvo
esta incursión en el teatro barcelonés de ser desbancada por la primera opción,
viajar a Londres al debut como Otello de Jonas Kaufmann. El tiempo ha
demostrado que salí ganando. Espero volver pronto.
Ópera desde el sofá en el Liceu |
Don Giovanni
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Carlos Álvarez
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Leporello
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Simón Orfila
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Donna Elvira
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Myrtò Papatanasiu
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Donna Anna
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Vanessa Goikoetxea
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Don Ottavio
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Toby Spence
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Zerlina
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Julia Lezhneva
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Masetto
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Toni Marsol
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Il Commendatore
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Eric
Halfvarson
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Director
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Josep Pons
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Director de escena
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Kasper Holten
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Escenografía
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Es Devlin
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Diseño de vestuario
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Anja Vang Kragh
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Gran Teatre del Liceu, Barcelona, 1
de julio de 2017