Turandot - Teatro Cervantes 2017/18 |
Aunque por motivos de conciliación familiar no me prodigo en el blog lo que me gustaría, y ya que mi tribuna sigue abierta, la aprovecharé para explayarme cuando las redes sociales se me queden cortas de espacio.
Por primera vez escribo
aquí sobre el teatro de mi ciudad, el Teatro Cervantes de Málaga, España, para
los seguidores foráneos. Después de una serie de temporadas en precario, con
escasamente un título salvable en cada una y el resto producciones de saldo
enlatadas, ésta, la número 29, se presenta ilusionante en una ciudad que ya iba
mereciendo subir el listón.
La elección de la obra
inaugural, Turandot, una ópera del
repertorio habitual, ha resultado un acierto en la programación. También que la
propuesta más ambiciosa de la temporada sea la primera es una declaración de
intenciones de que algo está cambiando en Málaga. He acuñado el término “efecto
Turandot” y espero que este sea el tan necesario punto de inflexión para elevar
la lírica en esta ciudad al lugar que le corresponde por población y afición.
Turandot fue la
última ópera compuesta por Giacomo Puccini, que además quedó inconclusa por su
repentina muerte, siendo terminada por el también italiano Franco Alfano, que
orquestó el final, desde la muerte de Liù, valiéndose de algunas notas del
autor y rescatando pasajes de otros momentos de la obra.
Esta producción que se nos presentaba en Málaga procedía del Teatro de la Maestranza de Sevilla donde se representó en la temporada 2009/10 y que venía remontada de una producción del Teatro La Fenice de Venecia estrenada en la temporada 1997/98. A pesar de los casi 10 años de antigüedad de la misma el despliegue técnico y la complejidad escenográfica parecieron propios de teatros de una categoría en la que siempre debiera estar el Cervantes.
Con estos mimbres se
programaban dos funciones, viernes y domingo, que a las pocas horas de ponerse
a la venta colgaban el cartel de “no hay billetes”, circunstancia que provocó
que el ensayo general del miércoles se convirtiera, de facto, en una tercera
función, en la que para conseguir una invitación hubo que hacer una cola
kilométrica. Desde la gerencia del teatro podrían tomar nota para el futuro y
calibrar la expectación, pues mucha gente interesada se ha quedado sin asistir,
programando una tercera función.
Después de esta
introducción con tintes reivindicativos vamos a analizar la función a la que
asistí el pasado domingo, día 5 de noviembre.
El director de escena, Emilio López, demostró gran habilidad
para coordinar a un buen número de miembros en el escenario. Esta ópera, casi
como ninguna otra, se presta a la muchedumbre en escena y es muy meritorio el
que todo sucediese en el tiempo y forma adecuados. Detalles como el despliegue
de pergaminos por parte de los sabios, las tentaciones a Calaf con las
doncellas de la princesa, el robo de la daga con la que se suicida Liù, etc.
Todo bien trabajado aunque con la ventaja de ser una producción más o menos
trillada. Como nota negativa la posición lateral a la que quedó relegado el
emperador, restándole la solemnidad que requiere su lugar presidiendo la
escena. Un ejemplo de talento en la dirección, acompañado de las cualidades
vocales que exhibieron, fue la escena de los ministros al comienzo del segundo
acto. Difícil hacer más con dos simples mesas auxiliares y el telón bajado, sin
que el espectador echara en falta nada. Un acierto ese conjunto.
La escenografía rotatoria
ofreció dos caras, la gran cabeza coronada y el altar del palacio, también
algunos estados intermedios que dieron más juego. Hoy en día no vamos a
inventar los escenarios rotatorios pero hay que reconocer que los primeros
teatros del mundo los siguen usando como recurso, en cualquier caso, dio
empaque al conjunto y transmitió grandiosidad. Vamos bien. El vestuario que
también hizo el camino desde la capital hispalense fue el apropiado, siempre
tomando como referencia para las producciones de corte clásico la histórica de
Franco Zeffirelli. Mención especial merece el equipo de peluquería y maquillaje
pues la caracterización de los no pocos personajes en escena fue fabulosa. Este
aspecto sí fue marca de la casa.
En cuanto al reparto, un
nombre destacaba por encima del resto. La soprano canadiense Othalie Graham, que había generado gran
expectativa por su caché de talla internacional, cumplió con el complicado rol
de la princesa de hielo. Por fin una gran diva visitaba Málaga. Su potencia
vocal fue incontestable así como su dominio de una partitura tan exigente para
su cuerda que pocas sopranos pueden abordar con solvencia. A nivel escénico fue
una gigante con una presencia y actitud cautivadoras. Desconozco como se
desenvolverá en otros roles pero parece nacida para ser la princesa Turandot.
Lamentablemente, y bajo mi humilde opinión, el tenor murciano Eduardo Sandoval no estuvo al nivel del
resto del reparto. Mal tanto en el material que exhibió como en la técnica, se
le vio esforzado pero sin éxito. No le recordaba así cuando cantó Canio de Pagliacci en este mismo teatro hace dos
temporadas. A pesar de los esfuerzos del director por no taparlo con la
orquesta no se impuso en ningún momento y solo mostró algún signo de mejoría al
final pero dejando un muy descafeinado Nessun
dorma. La Liù de la soprano andaluza Ruth
Rosique estuvo mejor actuada que cantada, aun así dejó buen sabor de boca
en su segunda intervención con su desgarradora muerte. Mostró un vibrato un
tanto desagradable al comienzo que hace pensar que su voz sea más adecuada para
otro tipo de repertorio. Felipe Bou
fue un magnífico Timur de timbre agradable y potencia adecuada a pesar de la
dificultad de cantar tumbado en el tercer acto. Muy destacada la actuación de
los tres ministros Pong, Ping y Pang, por ese orden de mejor a peor, a saber, Luis Pacetti, Antonio Torres y Emilio
Sánchez, aunque en conjunto resultaron uno de los grandes aciertos de la
noche, sobre todo en su momento cumbre al inicio del segundo acto. Divertidos y
comprometidos a partes iguales. Muy bien cantando, quizás demasiado por ser más
un papel de carácter, el emperador de Cipriano
Campos. El mandarín de Juan Manuel
Corado, correcto sin más.
Intercambio de tweets con la protagonista |
El coro de Ópera de Málaga estuvo
sublime, aunque algunos lo desconozcan, por suerte cada vez menos, es uno de
los grandes valores artísticos de la ciudad. Está a un nivel de reconocimiento
nacional y ya no es sorprendente que sean de lo más destacado de la función. Salvador Vázquez, su director, tiene
mucho mérito en esto. La Escolanía Santa María de la Victoria con su director Narciso Pérez del Campo, también cumplieron
con la cita.
La dirección de la Orquesta
Filarmónica de Málaga a cargo de Arturo
Díez Boscovich fue otro de los atractivos de la noche. Se percibió mucho
trabajo en la preparación y transmitió entusiasmo durante la representación.
Que la OFM es una gran orquesta no es noticia, pero en sus manos la ópera en
Málaga brilla con luz propia. También lo percibí así en el último L’Elisir d’amore que dirigió temporadas
atrás. El joven director malagueño, tiene mucho talento y aunque parece
encasillado en las bandas sonoras y la música cinematográfica, no debería
descuidar a la ópera pues tiene potencial para ser un referente y en Málaga
siempre debería contarse con él.
En definitiva, este Turandot ha resultado un éxito con
muchas luces y pocas sombras. Esta primera ópera y la planificación de la
temporada nos ha reconciliado a muchos con la gestión del Teatro Cervantes con
respecto a la lírica. En Málaga los días previos se ha respirado ópera, espero
y deseo que este “efecto Turandot” haya llegado para quedarse.
TURANDOT de Giacomo Puccini
Turandot
|
Othalie Graham
|
Calaf
|
Eduardo Sandoval
|
Liù
|
Ruth Rosique
|
Timur
|
Felipe Bou
|
Ping
|
Antonio Torres
|
Pang
|
Emilio Sánchez
|
Pong
|
Luis Pacetti
|
Emperador Altoum
|
Cipriano Campos
|
Director
|
Arturo Díez Boscovich
|
Director de escena
|
Emilio López
|
Escenografía
|
Teatro de la Maestranza
|
Diseño de vestuario
|
Teatro de la Maestranza
|
Teatro Cervantes, Málaga, 5 de noviembre de 2017
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