Aida - Teatro Cervantes 2018/19 |
Llegamos al ecuador de la 30
temporada lírica en Málaga y aunque alguno leyendo estas líneas pueda pensarse
que, a estas alturas, ya estamos henchidos de ópera, nada más lejos de la
realidad, y es que, con el que nos ocupa, son dos títulos los acontecidos y tan
solo uno el que está por llegar. Panorama además complaciente si tenemos en
cuenta que, hasta esta temporada y durante demasiadas, el panorama lírico
malagueño se circunscribía a tan solo dos citas.
Como ya comenté en una entrada
anterior sobre la trigésima temporada lírica, ésta se presentaba en Málaga como
las más atractiva de los últimos años y es que, a pesar de la sobredosis de Verdi
y los archiconocidos títulos, a saber, La
traviata, Aida y Otello, los repartos eran muy
seductores. Si bien La traviata, protagonizada por Ainhoa Arteta, fue una digna inauguración del prometedor curso, esta
Aida, a la que asistí anoche y que
analizaré a continuación, no mantuvo el nivel exigible al teatro malagueño
sobre el que sobrevolaron los cicateros fantasmas del pasado.
Es de justicia reconocer que los
recursos disponibles son finitos y que en la pericia del gestor está el
administrarlos con criterio. Por tanto, estableciendo la lógica relación de más
coste, más talento, procede recordar que esta ópera, económicamente hablando, para
público y gerencia estaba programada como la de perfil más bajo de la temporada
y se notó. Paso a desgranar lo acontecido.
En mi retina tenía grabado el buen
recuerdo de la Aida del Teatro
Villamarta de Jerez, cuatro temporadas atrás, en una producción del Teatro
Principal de Palma de Mallorca también con las dos protagonistas femeninas en
el reparto vocal. Modesta pero muy decorosa como punto de partida para una
representación más ambiciosa en un teatro con aspiraciones. Craso error. La
propuesta escénica del Teatro Cervantes y Telón Producciones no solo es que no
fuera más ambiciosa que la referida, es que rozó el ridículo mayúsculo. Muy
poco o nada se pudo salvar de la producción que, lamentablemente y tratándose
la ópera de un espectáculo tan global, acabó por contaminar el resto de
aspectos de la función. La propuesta, pobre y ridícula obstaculizó la conexión
del público con los cantantes que, dicho sea de paso y comprensiblemente,
tampoco dieron muestras de creer en ella.
La escenografía solo dio
profundidad en el primer acto y al final del segundo con una escalinata y una
distribución estática del coro y los solistas. Solo el cuerpo de baile aportó
dinamismo que, sin entrar a valorar las coreografías, supusieron un soplo de
aire fresco. El resto de escenografía no existió. Algunas proyecciones de
jeroglíficos y el empleo de solo la primera mitad del escenario con telón negro
de fondo y un foco sobre cada solista fueron la nota predominante. De esta
guisa construyeron la escena de Amneris y su harén, el coro femenino para el
que idearon un esperpéntico baile seductor. La escena del juicio a Radamés simplemente
no se escenificó y se intuyó tras el telón de marras. Por último, para la dramática
escena final en la pirámide, que sepultará para siempre a Radamés y Aida, se
ideó una especie de tipi indio como colofón al despropósito. Por mencionar
algún apunte positivo a tal dislate, el detalle de proveer a Aida, en la escena
a orillas del Nilo en la que recuerda su tierra natal, de una cala o zantedeschia aethiopica, de origen
sudafricano y que no debe entenderse como un hecho casual. Por otro lado, el
que Amneris cantara sus últimas notas desde el patio de butacas fue una idea
original y de agradable impacto.
Con respecto al vestuario, esta
propuesta exhibida debe considerarse como terapéutica por la cantidad de
carcajadas que provocó. Otro de los motivos por los que, como mencioné
anteriormente, al espectador le impedían conectar dramáticamente con la función.
Y es que ni el vestuario ni el maquillaje son baladíes en la ópera. Encomiable
labor del equipo habitual de maquillaje y peluquería con esos mimbres. Sin
intención de ser irrespetuoso, pude captar algunos comentarios del público
tanto en el descanso como a la salida del teatro en los que comparaban la
peluca de Aida con la de Mafalda, el vestuario del faraón propio de función de
colegio, el grotesco trío de trompetistas de la marcha triunfal o la apariencia
de Amonasro como mezcla de un homless y Piratas del Caribe. Coincido con ellos.
En cuanto al reparto, el dúo de
féminas acaparaba toda la atención. Ambas se crecieron al final salvando, con
matices, la velada. La soprano jerezana Maribel
Ortega, como Aida, cantó con sutileza y precisión, aunque cortó alguna
frase antes de tiempo para acomodar la voz en la siguiente. También la
mezzosoprano Mali Corbacho, en el
rol de Amneris destacó vocalmente haciendo gala de su conocida potencia y
proyección, cuando, como su compañera de reparto, tras el descanso y con la
partitura de su lado decidieron soltarse la melena. Aun así es desconcertante
el cambio de color de su voz en la zona baja. El camaleónico barítono madrileño
Luis Cansino, pese al atuendo con el
que fue castigado, fue el que más interés puso en la interpretación de su papel
como Amonasro y sin grandes alardes cumplió en el terreno vocal. De entre los
protagonistas el tenor asturiano Alejandro
Roy como Radamés fue el que me dejó más dudas sobre todo en su zona media
que se vuelve pobre en las notas más bajas, con un timbre no muy agradable, aunque
hay que poner en valor su potencia y brillantez en las notas agudas, mantenidas
y bien proyectadas. Por último, destacar del resto del reparto al bajo Felipe Bou como Ramfis, que ya cantó un
magnífico Timur en Turandot la pasada
temporada.
El Coro de Ópera de Málaga estuvo
sensacional, otra vez erigiéndose como gran valor artístico de la ciudad. El
coro femenino en el primer acto, pese a las ridículas exigencias
interpretativas y atuendo infame, dio muestras de que ninguna propuesta
estrafalaria hace mella en su profesionalidad. El masculino dejó uno de los
momentos más introspectivos en la escena del templo. Mencionar el trabajo de su
director Salvador Vázquez es una obligación.
La dirección de la Orquesta
Filarmónica de Málaga, a cargo de Arturo Díez Boscovich, malagueño y ya
consolidado como batuta en uno de los títulos de la temporada, fue ortodoxa.
Trabajó desde el atril para que la función, con todos los visos de naufragar en
escena, saliese a flote musicalmente y lo consiguió. Tras una obertura poco
convincente ofreció momentos de gran brillantez orquestal.
En definitiva, esta Aida, aun enmarcada en una temporada prometedora, se presentaba
como la cenicienta de la misma y lo fue. Cuando los recursos destinados no dan
para más, programando una obra que en una propuesta clásica requiere de
grandiosidad, se corre el riesgo de caer en el ridículo. Vocalmente, aunque sin
alardes, se salvaron los muebles, pero en esta Aida no fue oro todo lo que relució.
AIDA de Giuseppe Verdi
Aida
|
Maribel Ortega
|
Radamés
|
Alejandro Roy
|
Amneris
|
Mali Corbacho
|
Amonasro
|
Luis Cansino
|
Ramfis
|
Felipe Bou
|
Rey de Egipto
|
Christian Díaz
|
Director
|
Arturo Díez Boscovich
|
Director de escena
|
Ignacio García y Aurora Cano
|
Escenografía
|
Telón Producciones
|
Diseño de vestuario
|
Ana Ramos
|
Teatro Cervantes, Málaga, 3 de marzo de 2019
Foto de Daniel Pérez
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