Così fan tutte - Teatro Cervantes 2017/18 |
Tras la prometedora
inauguración de la temporada lírica en Málaga, como os conté en la entrada Turandot en el Teatro Cervantes 2017/18, y después del pasado recital del tenor
norteamericano Gregory Kunde, llegaba la cita con Mozart y su Così fan tutte.
Esta ópera única y singular
es una de las obras maestras del compositor salzburgués. De estructura
geométricamente perfecta, por la simetría de las intervenciones, y temática
controvertida, por las aseveraciones que hace sobre las mujeres, se trata de
una obra ideal para dar rienda suelta a la imaginación de cualquier director de
escena que decida reinterpretar este drama jocoso.
Sus posibilidades para
lucir en una traslación temporal son infinitas, aunque en esta ocasión se nos
presentaba en una producción clásica ya estrenada en 2010 con alguna pequeña
revisión. Al tratarse de una producción propia, permite calibrar el nivel en el
que se encuentra el teatro y su compromiso con la temporada lírica.
Tengo que admitir que el
deseo que tuve meses atrás, al comienzo de la temporada, y que bauticé como
“efecto Turandot” parece que se ha cumplido. En esta ocasión y a diferencia de
la cita con la ópera de Puccini, que presentó algunas desigualdades, Così fan tutte destacó por lo
equilibrado de la propuesta. Sin grandes alardes pero sin defectos a reseñar,
en definitiva, se ofreció un discurso homogéneo y proporcionado.
Se llenó el teatro en las
dos funciones programadas, viernes y domingo, esta última a la que asistí y que
paso a comentar.
La producción estuvo
dirigida por el murciano Curro Carreres.
Poco riesgo en una propuesta clásica aunque con alguna licencia destacable. Últimamente
parece que se ha asociado la presencia de desnudos en escena con modernidad.
Los desnudos en la ópera me parecen una conquista y aportan veracidad e
inmersión, pero han de ser procedentes o al menos tener cierta justificación,
como por ejemplo en la corte de Mantua del Rigoletto de la ROH de Londres. Si son
gratuitos y forzados para dar un toque de modernidad se corre el riesgo de
patinar. Ocurrió al comienzo y final de la obra y los revolcones de los
figurantes no hicieron más que desviar la atención de la magnífica obertura. En
la primera escena, la de la apuesta, el telón que bajaron con las mismas
baldosas que el suelo y el café se improvisó, me pareció un recurso ridículo y
sonrojante que me hizo temer lo peor para lo que estaba por venir. Cierto es
que ya había visto la estupenda escenografía que quedó al descubierto
rápidamente y que enmarcó el resto de la función. Juan Sebastián Domínguez fue el responsable del espacio escénico
que, si bien no varió un ápice, era suficientemente amplio y elegante para el
desarrollo de toda la trama. Las proyecciones de vídeo que se pudieron
contemplar mientras algunos solistas interpretaban sus arias más destacadas me
parecieron tremendamente cutres y totalmente prescindibles. Un acierto la
composición del duo que cantaron las hermanas al fondo del escenario mientras
les masajeaban los pies, ejemplo de apuesta y acierto, ”Win-Win”.
En cuanto al reparto,
prácticamente todo producto nacional, destacaría la uniformidad a nivel vocal
de todos los cantantes que rindieron a buen nivel, sin interpretaciones inolvidables
pero tampoco olvidables, lo que contribuyó al equilibrio general de la función.
La soprano asturiana Beatriz Díaz
como Despina, derrochó talento en la actuación y facilidad en la emisión.
Vocalmente la más destacada de las voces femeninas con el toque de humor y
desparpajo que su personaje requiere. La mezzosoprano Carol García en el rol de Dorabella también me pareció muy solvente
en lo vocal, con un timbre y color atractivos abordando con seguridad la
partitura de su cuerda. Alguna duda me dejó la soparano malagueña Berna Perles, con poca agilidad cuando
tuvo que abordar coloraturas y cambio de color en el registro grave. Parecida suerte
en las voces masculinas, con el barítono italo-español Enric Martínez-Castignani como Don Alfonso, que estuvo correcto; el
barítono jiennense Damián del Castillo
en el rol de Guglielmo con una voz rotunda y con proyección y que próximamente
podremos ver como Rigoletto, y el tenor cordobés Pablo García López como Ferrando, al que le aprecié musicalidad
pero falta de potencia.
El Coro de Ópera de Málaga,
estratégicamente situado en el proscenio, brilló como es habitual. Aún siendo
una partitura que le concede pocas opciones la aprovecharon para recordarnos
que son uno de nuestros activos más preciados. Su director Salvador Vázquez, al que veremos esta temporada a los mandos de la
orquesta con Rigoletto, tiene mucha
culpa de ello.
La dirección de la Orquesta
Filarmónica de Málaga a cargo de su titular Manuel Hernández Silva fue canónica. Personalmente eché en falta más
brío sobre todo en el primer acto en los que el tempo tan mesurado languidecía.
Aun así en el finale el sexteto se atropelló. Mejor en el segundo acto aunque
en líneas generales fue una interpretación muy correcta para las dudas que me
generaba a priori dirigiendo Mozart.
En definitiva, este Così fan tutte dejó muy buen sabor de
boca por lo compensado de todos sus ingredientes. Aun no siendo novedad
reconforta ver producciones propias a este nivel y que queden atrás los
productos enlatados de dudosa calidad ofrecidos en tiempos pretéritos a una
ciudad de esta talla. Sigo reconciliado con la lírica de mi ciudad embriagado
por el “efecto Turandot”.
Fiordiligi
|
Berna Perles
|
Dorabella
|
Carol García
|
Despina
|
Beatriz Díaz
|
Ferrando
|
Pablo García López
|
Guglielmo
|
Damián del Castillo
|
Don Alfonso
|
Enric Martínez-Castignani
|
Director
|
Manuel Hernández Silva
|
Director de escena
|
Curro Carreres
|
Escenografía
|
Juan Sebastián Domínguez
|
Diseño de vestuario
|
Miguel Crespí
|
Teatro Cervantes, Málaga, 4 de marzo de 2018
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